Salieron de inmediato algunos religiosos a las calles próximas, repartidos en patrullas, que si atrapan al ladrón no se sabe lo que misericordiosamente iban a hacer de él, pero no dieron ni con su rastro, o con el de la cuadrilla, si lo era, caso que no debe sorprendernos por cuanto pasaba ya de medianoche y estaba la luna en el menguante. Sofocáronse los frailes recorriendo las cercanías a paso de carga, y regresaron al fin al convento con las manos vacías. Entre tanto, otros religiosos, pensando que podría el ladrón, con fina astucia, haber permanecido oculto en la iglesia, dieron por ella una vuelta completa desde el coro a la sacristía, y fue cuando andaban en este alborozado escudriñar, toda la congregación batiendo las sandalias y las faldas del hábito, levantando las tapas de los arcones, apartando armarios, sacudiendo paramentos, cuando un fraile viejo, conocido por su vida virtuosa y su brava religión, reparó en que el altar de San Antonio no había sido tocado por aquellas rateras manos pese a ser abundantísima en él la plata, rica en peso, labor y pureza. Sorprendió a aquel pío varón, y nos sorprendería a nosotros si allí estuviésemos, porque, siendo manifiesto que por aquella claraboya entró el ladrón y al altar mayor fue a robar las lámparas, tuvo que pasar por delante de la capilla de San Antonio, que estaba de camino. Con toda razón, pues, volvióse el fraile para increpar a San Antonio como siervo poco celoso de sus obligaciones. Y vos, Santo, sólo guardáis la plata que os toca, y dejáis que se lleven la otra, pues ahora os vais a quedar sin ninguna, y dichas estas violentísimas palabras se fue a la capilla y empezó a despojarla, quitando de allí, no sólo plata, sino mantos y adornos, y no sólo en la capilla, sino también al propio santo, que vio cómo se llevaban su corona de quita y pon, y la cruz, y hasta sin Niño se habría quedado si los otros religiosos no hubieran acudido, pensando que el castigo era excesivo y advirtiendo que lo dejara para consuelo del pobre castigado. Meditó un poco el fraile la advertencia, y remató, Pues que se quede como fiador mientras el santo no devuelva las lámparas. Y como con todo esto eran ya más de las dos pasada la medianoche, tiempo gastado en la rebusca y, al fin, en el recriminatorio lance relatado, se recogieron los frailes para dormir, temiendo algunos que se vengara el santo de aquel insulto.