Doña María Ana se acostó muy temprano, rezó antes de irse a la cama, murmurando oraciones a coro con las damas que la sirven, y luego, cubierta ya por su edredón de plumas, vuelve a rezar, reza infinitamente, empiezan las damas a cabecear pero resisten como sabias, si no como vírgenes, y al fin se retiran, queda sólo la lamparilla de aceite vigilando, y la dama que allí pasará la noche, en un lecho bajo, no tarda también en quedarse dormida, que sueñe si quiere, qué importancia han de tener los sueños que detrás de sus párpados se están soñando, a nosotros lo que nos interesa es el trémulo pensamiento que aún se agita en Doña María Ana, bordeando el sueño, que en Viernes Santo ha de ir a la iglesia de la Madre de Dios, donde hay un Santo Sudario que las monjas desdoblarán ante ella antes de exponerlo a los fieles, y en él están claramente vistas las marcas del cuerpo de Cristo, éste es el único y verdadero Santo Sudario que existe en la cristiandad, señoras y señores, y los otros son igualmente verdaderos y únicos, y si no, no serían mostrados a la misma hora en tan diferentes lugares del mundo, pero éste está en Portugal, y es así el más vero de todos e incluso único. Cuando, consciente aún, Doña María Ana se ve a sí misma inclinándose ante el paño santísimo, no se llega a saber si lo iba a besar devotamente, porque de repente se queda dormida y se encuentra dentro del coche, volviendo a palacio con la noche ya oscura, con su guardia de arqueros, y de pronto un hombre a caballo, que viene de caza, con cuatro criados en mulas, y animales de pelo y pluma colgados de los arzones, en redes, rompe el hombre en dirección al coche, espingarda en mano, el caballo sacando chispas de las piedras y echando humo por los ollares, y cuando como un rayo rompe la guardia de la reina y llega al estribo sofrenando difícilmente su montura, le da en la cara la luz de las antorchas, es el infante Don Francisco, de qué lugares del sueño vino y por qué vendrá tantas veces. Se le espanta el caballo, no podía haber sido de otra manera con el batir del coche y de los arqueros sobre las piedras de la calzada, pero, comparando sueño y sueño, observa la reina que cada vez el infante se acerca más, qué querrá, y ella, qué querrá.