Читаем Memorial Del Convento полностью

Mientras les llegaba el sueño, hablaron de crímenes acontecidos. No de los suyos propios, cada cual sabe y Dios sabrá de todos, sino de los de la gente principal, sin castigo casi siempre cuando son conocidos los autores, y sin escrúpulo extremo de la justicia en las averiguaciones si ha sido misterioso el hecho. Ladronzuelos, reñidores, matamoros de cuatro perras, si es que había peligro en que soltaran la lengua denunciando al mandante, ésos sí que paraban con sus huesos en el Limoeiro, y menos mal, porque así tenían sopa segura, tan segura como la mierda y los orines en que se revolcaban. Hace poco que soltaran a unos ciento cincuenta, todos de culpas leves, que había entonces en el Limoeiro más de quinientos en total, de las muchas levas de hombres que se hicieron para las Indias y que acabaron por no ser necesarios, era tanto el ayuntamiento, y el hambre tanta, que se declaró una enfermedad que los iba matando a todos, por eso los soltaron, y uno de ésos soy yo. Y otro dijo, Ésta es tierra de mucho crimen, se muere más que en la guerra, eso es lo que dice quien allá anduvo, y tú qué dices, Sietesoles, y Baltasar respondió, Vi cómo se muere en la guerra, no sé cómo se muere en Lisboa, por eso no puedo comparar, pero que hable ahí João Elvas, que tanto sabe de plazas de guerra como de plazas de gente, y João Elvas se encogió de hombros, no dijo nada. Volvió la charla al punto primero y contó alguien el caso del dorador que pegó una cuchillada a la viuda con quien quería casarse, y ella no quería, que por castigo de no cumplir el deseo del hombre quedó muerta, y él se fue a meter en el convento de la Trinidad, y también el de aquella desventurada mujer que, por haber reprendido al marido el descarrío en que andaba, le metió él la espada de parte a parte, y lo que le ocurrió al cura que por un lío de faldas se llevó tres navajazos, todo en tiempo de Cuaresma, que es sazón de sangre ardiente y humores retraídos, como queda dicho, Pero agosto tampoco es bueno, ya veis lo del año pasado, cuando apareció por ahí una mujer cortada en catorce o quince pedazos, nunca se llegaron a contar por lo seguro, lo que sí se veía es que le habían metido la cuchilla con mucho más brío y crueldad en las partes blandas como las posaderas y en las pantorrillas, cercenadas, separadas de los huesos, tiraron los pedazos en la Cotovía, la mitad en las obras del conde de Tarouca, los otros en los Cardais, pero tan manifiestos que fueron encontrados fácilmente, ni los enterraron ni los echaron al mar, parecía que de propósito los habían dejado a la vista, para que fuese general el horror.

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