Volvió João Elvas añadiendo lo que del caso sabía, El rey mandó poner carteles con promesa de mil cruzados a quien descubriera a los culpables, pero va ya casi un año y nada han descubierto, es posible, y pronto lo vio todo el mundo, que fuera gente con quien no convenía meterse, que los tales homicidas no eran sastres ni zapateros, que éstos sólo hacen cortes en las bolsas, y los de la mujer esa estaban hechos con tal arte y ciencia, sin errar juntura alguna de tantas partes del cuerpo que le cortaron, casi hueso por hueso que los cirujanos llamados a consulta dijeron que aquellos tajos eran obra de persona peritísima en las artes anatómicas, por no confesar que ni ellos sabían tanto. Tras el muro del convento se oían letanías de las monjas, poco saben ellas de qué se libran, parir un hijo y tan violentamente pagar por él, entonces preguntó Baltasar, Y no se supo nada más ni quién era la mujer, Ni de ella ni de los homicidas hubo noticia, pusieron la cabeza en la Puerta de la Misericordia, por si alguien la conocía, como si nada, y uno de los que no habían hablado aún, hombre de barba más blanca que negra, dijo, Serían de fuera de la corte, si vivieran en ella se daría alguien cuenta de que faltaba la mujer y empezaría la gente a murmurar, habrá sido algún padre que decidió matar a la hija por deshonra, y la trajo aquí, despedazada, sobre una mula, o escondida la carne en una litera, para echarla por la ciudad, y puede que allá donde vive enterró un puerco fingiendo que era la asesinada y dijo que su pobre hija había muerto de viruelas, o de humores corruptos, por no tener que abrir la mortaja, que hay gente capaz de todo, hasta de lo que está por hacer.
Se callaron los hombres, indignados, de las monjas no se oía ahora ni un suspiro, y Sietesoles declaró, En la guerra hay más caridad, La guerra es algo que aún está empezando, es como un niño, dudó João Elvas. Y, no habiendo más que decir tras esta sentencia, se aprestaron todos a dormir.