Por otra parte, aquello es además el palacio del rey, está el palacio, el rey no está, anda cazando en Aceitão con el infante Don Francisco y sus otros hermanos, más los criados de la casa, y los reverendos padres jesuitas João Seco y Luis Gonzaga, que, desde luego, no fueron sólo para comer y rezar, tal vez quisiera refrescar el rey las lecciones de matemáticas y latinidades que de ellos, siendo príncipe, había recibido. Llevó también su majestad una espingarda nueva, que le hizo João de Lara, maestro armero de los almacenes del reino, obra fina, damasquinada en plata y oro, que si se pierde de camino volverá presto a su dueño, pues a lo largo del cañón, en buena letra romana repujada, como la del frontón de San Pedro de Roma, lleva estos decires explicados SOY DEL REY NUESTRO SEÑOR AVE DIOS GUARDE A DON JUAN EL V, todo en mayúsculas, como se copia, y aún dicen que las espingardas sólo saben hablar por la boca y en lenguaje de pólvora y plomo. Eso son las comunes, como fue la de Baltasar Mateus, el Sietesoles, ahora desarmado y parado en medio del Terreiro do Paço, viendo pasar la gente, las literas y los frailes, los cuadrilleros y los vendedores, viendo pasar fardos y cajones, le da de repente una añoranza muy grande de la guerra, y si no fuera porque sabe que no lo quieren allá, al Alentejo volvería en este instante, hasta adivinando que le esperaba la muerte.