Visten la reina y el rey camisas largas, que por el suelo arrastran, la del rey sólo la fimbria bordada, la de la reina una buena cuarta más, para que ni la punta de los pies se vea, el dedo gordo o los otros, de las impudicias conocidas tal vez sea ésta la más osada. Don Juan V conduce a Doña María Ana al lecho, la lleva de la mano, como en un baile el caballero a su dama, y antes de subir los pequeños escalones, cada uno por su lado, se arrodillan y dicen las oraciones precautorias necesarias para no morir en pleno acto carnal sin confesión, para que de esta nueva tentativa resulte fruto, y sobre este punto tiene Don Juan V razones dobladas para esperar, confianza en Dios y en su propio vigor, por eso dobla la fe con que al propio Dios impetra sucesión. En cuanto a Doña María Ana, es de suponer que esté orando por los mismos favores, si por ventura no tiene motivos particulares que los dispensen y sean secreto de confesionario.