Читаем La Tierra permanece полностью

Era Bob quien hacía la pregunta, bastante natural. Ish no supo qué decir. ¿Qué había sido Arizona? ¿Un territorio, una entidad, una abstracción? ¿Cómo explicar en pocas palabras lo que era «un Estado»? ¿Y cómo explicar lo que era Arizona ahora?

—Oh —dijo al fin—, Arizona es el nombre de esta región de aquí abajo, del otro lado del río. —Se le ocurrió algo—. Mirad aquí en el mapa. Este territorio rodeado de una raya amarilla.

—Ah —dijo Bob—. Hay una cerca alrededor.

—Bueno, me parece que no.

—Es cierto. No tienen necesidad de cerca, pues está el río.

Inútil insistir, pensó Ish. Cree que Arizona es una especie de patio grande.

Evitó desde entonces referirse a los Estados y se contentó con mencionar las ciudades. Una ciudad, para los muchachos, era una confusión de calles bordeadas de casas en ruinas. Vivían en una ciudad y podían imaginar otras, con comunidades similares a la Tribu.

El itinerario de Ish pasaba por Denver, Omaha, Chicago. Quería saber qué había ocurrido en las grandes ciudades. Llegarían allá en primavera. Les aconsejó que fueran en seguida a Washington y Nueva York por la carretera que pareciese más transitable.

—Podréis franquear las montañas por el paso de Pennsylvania. Es difícil que una carretera tan ancha haya quedado obstruida o que se hayan cerrado los túneles.

Ellos mismos podían elegir por dónde volver. Para ese entonces conocerían mejor que él el estado de los caminos. Les aconsejaba, sin embargo, que intentasen viajar por el sur. Quizás habría allí gentes que habían escapado al invierno.

Todos los días hacían un paseo en jeep, y después de algunas pruebas, consiguieron unos neumáticos que parecían bastante resistentes.

Al cuarto día, partieron, con el jeep cargado de acumuladores, neumáticos y piezas de repuesto. Los muchachos desbordaban de alegría; las madres no podían contener las lágrimas ante la perspectiva de una separación tan larga; Ish, muy nervioso, no ocultaba que su deseo hubiera sido acompañar a los viajeros.


Las fronteras eran líneas de demarcación tan duras, tan inflexibles como las cercas. Eran también obra del hombre, abstracciones que se hacían reales. Atravesabais una frontera y cambiaba la superficie del suelo. Una nueva vibración os decía que habíais dejado la suave carretera de Delaware por la más áspera de Maryland. Los neumáticos entonaban otra canción.

FRONTERA DEL ESTADO, señalaba el pilón. ENTRADA A NEBRASKA. VELOCIDAD MÁXIMA 90 KILÓMETROS. Los reglamentos mismos eran distintos, y uno apretaba con más fuerza el acelerador.

A ambos lados de una frontera nacional, agitadas por los mismos vientos, flotaban banderas de colores diferentes. Os sometíais a las formalidades de la aduana y del servicio de inmigración y erais de pronto un extraño, un desconocido. Notabais que los policías llevaban otro uniforme. Cambiabais vuestro dinero, y los sellos que poníais en las cartas mostraban una cara distinta. Será mejor conducir prudentemente, pensabais. No tengamos dificultades con la policía. Curiosa historia. Atravesabais una línea invisible y os transformabais en otro hombre: un extranjero.

Pero las fronteras desaparecen más rápidamente que las cercas. Las líneas imaginarias no son atacadas lentamente por la herrumbre. El cambio es aquí muy rápido, y quizá menos desconcertante. Se dirá desde entonces, como en el principio de los siglos: «En el lugar donde los robles empiezan a clarear y crecen los pinos». Se dirá: «Allá abajo… no sé exactamente dónde, en las lomas arcillosas, donde crecen unos matorrales de salvia».


Перейти на страницу:

Похожие книги